Clasismo, racismo y discriminación en Puebla: Un reto urgente
- marketing04260
- 4 feb
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4 Febrero, 2025
El reciente caso de Mallet, Sufrida y Mr. Flow no es un hecho aislado, sino un reflejo claro de una Puebla que aún arrastra prácticas y prejuicios profundamente arraigados, un pensamiento anacrónico que, lamentablemente, se sigue fomentando.
Cada vez es más común ver videos de agresiones cometidas por guardias de seguridad privada, cadeneros de antros o incluso por jóvenes privilegiados contra trabajadores de servicios, mujeres y otros sectores vulnerables. Lo más alarmante es que la gran mayoría de estos eventos pasan desapercibidos por las autoridades y no reciben justicia, mientras que aquellos que logran viralizarse en redes sociales son los que finalmente obligan a los responsables a rendir cuentas, pero no siempre por una verdadera necesidad de reparar el daño, sino por la presión pública.
Estos episodios no solo exponen la brutalidad de algunos individuos, sean influencers, servidores públicos desubicados o trabajadores insensibles, sino que también ponen en evidencia una sociedad que sigue tolerando la discriminación en todas sus formas: por raza, clase social, orientación sexual, entre otros. Puebla, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022, ocupa el segundo lugar a nivel nacional en casos de discriminación, con más del 30% de la población mayor de 18 años reportando haber sido víctima de algún tipo de prejuicio o violencia. Esta estadística revela una contradicción profunda, ya que Puebla, lejos de ser una entidad progresista y cosmopolita, sigue siendo un lugar donde la discriminación se normaliza y se acepta en muchas esferas sociales.
La realidad es aún más dolorosa cuando consideramos nuestra identidad cultural. Puebla es un territorio rico en diversidad, con casi un millón de personas indígenas distribuidas en más de 75 municipios. Sin embargo, la desigualdad social sigue siendo rampante: según el CONEVAL, el 58.9% de la población poblana vive en situación de pobreza, y la mayor concentración de pobreza se encuentra precisamente en la capital del estado, donde las élites locales, en lugar de promover el desarrollo y la justicia social, perpetúan una oligarquía discriminatoria, especulativa y que carece de la sensibilidad necesaria para entender la realidad de la mayoría.
Aunque a nivel discursivo se condenan estas prácticas de discriminación y agresión, la verdad es que seguimos siendo testigos de cómo se normalizan comportamientos violentos y discriminatorios. Las disculpas de los agresores, cuando las hay, se dan solo bajo la presión mediática, no porque haya una verdadera conciencia de reparación o justicia.
Es urgente que las autoridades dejen de ser reactivas y empiecen a generar políticas preventivas eficaces. Ya no basta con esperar a que algo se haga viral para actuar. Necesitamos campañas de concientización profundas que enseñen a la sociedad a valorar y respetar nuestra diversidad, a entender que la discriminación no solo daña a los individuos afectados, sino que nos empobrece como colectivo. Además, es crucial implementar una política de “cero tolerancia” con mecanismos claros de sanción para aquellos que incurran en conductas discriminatorias.
No podemos seguir permitiendo que nuestras raíces históricas y culturales sean utilizadas como un “sello de orgullo” cuando, en la práctica, seguimos permitiendo que se perpetúen las mismas injusticias que tanto decimos repudiar. Si realmente nos enorgullecemos de nuestra diversidad, debemos aprender a abrazarla en todas sus formas, desde las políticas públicas hasta las interacciones cotidianas. La verdadera transformación de Puebla solo será posible si comenzamos a erradicar estos vicios profundamente arraigados, que no solo dañan a las personas directamente afectadas, sino que limitan el verdadero potencial de nuestra sociedad.
El hecho de que aún sigan prevaleciendo estas dinámicas de discriminación y violencia en Puebla me preocupa profundamente. En una sociedad que se precia de su riqueza cultural y su diversidad, no debería ser tan común que estos comportamientos sigan siendo tolerados, aunque no se visibilicen tanto. Si algo hemos aprendido con el tiempo es que las transformaciones profundas no suceden de la noche a la mañana, pero sí es posible generar cambios significativos si actuamos con decisión desde todos los frentes: la educación, las políticas públicas y la conciencia colectiva. Puebla tiene la oportunidad de liderar este cambio si decide cuestionar y erradicar de raíz los prejuicios que aún nos dividen.

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